Muchos pacientes se sorprenden al saber que, ante una disfunción sexual (deseo inhibido, falta de erección, anorgasmia, eyaculación precoz o retardada, vaginismo), la solución suele requerir una terapia de pareja más que una terapia sexual individual. A veces, incluso se culpa al que presenta el síntoma sexual en lugar de asumir la responsabilidad compartida. Aceptar que el problema puede estar en la relación en sí (y no solo en el cuerpo o el deseo personal) implica reconocer tensiones más profundas y, a veces, afrontar una temida posible ruptura.
La actividad sexual obedece a ciertos estados de humor, y de la interacción de la pareja depende que se aumente o reduzca la posibilidad de que ocurra una relación sexual entre ambos.
El bienestar sexual y el afectivo se influyen mutuamente: los conflictos de pareja reducen el deseo y la intimidad. Emociones como el enfado, la desconfianza o el miedo al rechazo afectan la frecuencia y la calidad del encuentro sexual. Así, una mujer insegura difícilmente podrá entregarse al placer, y un hombre que percibe dominio en su pareja puede tener dificultades para mantener la erección.
A menudo, las disfunciones sexuales expresan mensajes ocultos dentro de la relación. Por ejemplo, el eyaculador precoz puede estar evitando la intimidad; la eyaculación retardada, negando la entrega; el deseo inhibido o la disfunción eréctil, marcando distancia; la anorgasmia, mostrando desconfianza o queja; y el vaginismo, rechazando la cercanía emocional.
La terapia debe centrarse en resolver los conflictos subyacentes y mejorar la comunicación emocional y sexual. Los problemas deben abordarse fuera de la cama, expresando abiertamente lo que se siente y necesita, para que la sexualidad vuelva a ser un espacio de encuentro y no un campo de batalla.
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